El pasado jueves 23 de junio del 2016,
estudiantes de sexto grado de primaria visitaron el Tecnológico de Monterrey.
En conjunto con el resto de mi equipo, tuve la oportunidad de convivir con un
grupo de cuatro niños y dos niñas de estos visitantes: Brayton, José Israel,
Ethan, Jorge, Alexa y Fernanda. En nuestro caso, decidimos compartirles
información sobre la importancia del reciclaje y los valores. He aquí el origen
del nombre de nuestro proyecto: valores, papel y tijeras.
La mañana inició con la presentación de los
miembros de mi equipo y de los niños. Nosotros compartimos nuestro nombre y
futura profesión y ellos mencionaron su nombre y edad. Después de esto,
iniciamos con una presentación breve y colorida sobre el reciclaje. A manera de
introducción, proyectamos “Renata y Coco: las 3 R’s”, un video educativo
realizado por la empresa CEMEX, en el que Renata, su padre y su hurón Coco
descubren la importancia de reducir, reusar y reciclar nuestros desechos
mientras realizan un paseo por Monterrey y observan todos los problemas de
contaminación que sufre la ciudad.
Una vez terminado el video, se les cuestionó a
los niños: “¿creen que reciclar es muy
difícil?” Aunque hubo varias respuestas, en particular recuerdo lo que
contestó Brayton: “puede no ser tan difícil, pero sí es difícil cambiar la
mente de los demás”. Para otros, la hazaña de separar su basura sí parecía algo
complicado. Con el afán de cambiar este punto de vista, proyectamos otro video:
“El desafío de la esfinge: basura”. En este corto, un niño llamado Oliver es
retado por una esfinge egipcia a separar en menos de un minuto la montaña de
basura que él mismo ha creado a lo largo de una semana. Oliver clasifica
rápidamente la basura en vidrio, latas, plástico, desechos orgánicos, papel,
cartón y residuos no reciclables. Así, el niño aprende que sí es posible
separar su propia basura y que, en realidad, es bastante fácil. Después de este
video, les dimos la oportunidad a los niños de hacer lo mismo que Oliver y los
retamos a separar una pequeña montaña de basura que acomodamos sobre una mesa
en menos de un minuto. ¡Y lo lograron con 16 segundos de sobra!
Posteriormente, se impartió una pequeña clase
sobre cómo se clasifica la basura y qué materiales pueden ser reciclados.
Finalmente, los seis niños se dividieron en tres parejas para jugar un
Jeopardy (link aquí). Las categorías de las preguntas incluyeron temas de ciencias
naturales, historia de México, geografía, matemáticas, reciclaje y valores. La
disputa estuvo bastante competida, pero al final ganaron Alexa y Fernanda. Sin
embargo, todos fueron premiados con un pequeño aperitivo de sándwiches, jugos y
paletas.
De manera específica, yo fungí el rol de
presentar los vídeos, el reto de acomodar la pila de basura y, junto con el
resto de mis compañeros, conduje el juego de Jeopardy.
Creo que esta experiencia fue todo un éxito,
tanto para los niños, como para nosotros. Más allá del tema del reciclaje y los
valores, nosotros intentamos comunicarles a los niños que todas sus ideas son
importantes y que sus acciones, aún y cuando parezcan pequeñas, pueden llegar a
cambiar el mundo. Espero que estas palabras los hayan impactado, pero al menos,
sé que salieron con una sonrisa del salón de clases y, tal vez, con el sueño de
algún día estudiar también en nuestra institución y, realmente, esa motivación es
la que puede ser la clave para el futuro de los niños.
Pero también nosotros nos beneficiamos de este
evento. Personalmente, me encantó poder celebrar con ellos cuando respondían
bien alguna pregunta del Jeopardy y ver que, a sus 12 años, tienen ganas de
aprender y comerse al mundo. Me han enseñado que, sin importar la situación que
estés viviendo en este momento, siempre hay alguna razón para sonreír y seguir
adelante con tus metas. En particular, recuerdo a Ethan. De acuerdo con su
maestra, su padre había fallecido hace un par de días. Sin duda, este fue
evento devastador para el niño, pero él estaba presente en la clase sonriendo y
tratando de participar de la manera más correcta. Me conmovió su alegría por
visitar el campus, aún en medio de su tristeza familiar. También, recuerdo con
cariño a Brayton, pues era el pequeño más participativo, en especial en el
Jeopardy. Sus deseos de ganar y poner en alto a su equipo “El Apio” eran
admirables.
Creo que sí pudimos haber mejorado la
experiencia de los niños si hubiéramos alcanzado a hacer la última actividad
que teníamos planeada: hacer manualidades con la basura que habían acomodado
anteriormente. Así, hubieran consolidado que incluso ellos pueden encontrarle
una segunda vida a sus desechos. Sin embargo, supongo que esto se compensó con
el hecho de que ya habían hecho una manualidad con botellas PET en la clase del
equipo de Ética, persona y sociedad. En base a esto, creo que una manera de
mejorar este proyecto en general es aumentando la comunicación entre los dos
equipos que compartirán al mismo de grupo de niños. Así, se podrían poner de
acuerdo sobre impartir un mismo tema, evitar que las actividades se repitan y
lograr que las dos clases se complementen. Aunque esta vez sí coincidimos por
cuestión de azar, creo que sería mejor para los niños que en todos los casos
sus clases fueran coherentes una con la otra.
Finalmente, me gustaría
recomendar esta actividad para los siguientes cursos de Ética aplicada. Sin
duda, es una experiencia que enriquece a los estudiantes universitarios, al
mismo tiempo que se puede lograr sembrar una semilla de motivación en los niños
para que deseen llegar a la educación superior.
Claudia DiezMartínez
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